Arde el edificio okupado de la calle Barrera en A Coruña: crónica de un desastre anunciado
El corazón de A Coruña se estremeció esta madrugada con una de esas escenas que, por mucho que uno intente imaginar, nunca consigue asimilar del todo. Un fuego voraz devoró sin piedad el número 30 de la calle Barrera, un edificio que, aunque oficialmente deshabitado, era hogar para decenas de almas atrapadas entre el abandono y la supervivencia. Seis personas resultaron atendidas por los servicios sanitarios, y el inmueble ha quedado tan dañado que su integridad estructural está comprometida. Las llamas, implacables, alcanzaron también edificios vecinos, sumiendo a decenas de residentes en el caos y la incertidumbre.
Una noche de humo, gritos y miedo
Era aún noche cerrada cuando los vecinos comenzaron a notar un olor espeso, denso, casi tangible. En cuestión de segundos, los gritos se mezclaron con crujidos de madera, pasos desesperados por las escaleras y un resplandor anaranjado que no anunciaba el amanecer, sino el infierno.
Los bomberos llegaron rápido, pero no lo suficiente como para impedir que el fuego arrasara el edificio. Lo difícil, dicen, no fue el tamaño de las llamas, sino el escenario: un inmueble viejo, lleno de madera, con una escalera principal prácticamente colapsada. Tuvieron que actuar con precisión quirúrgica para evitar males mayores.
Y aquí conviene detenernos un momento: ¿qué extintor comprar para un entorno así? Lo cierto es que en viviendas con materiales combustibles y múltiples instalaciones eléctricas, lo adecuado sería contar con un extintor de polvo ABC, capaz de actuar sobre fuegos de tipo A, B y C. Pero claro, eso supone haber previsto el riesgo, y este no era el caso.
Desalojo entre andamios y silencio institucional
Vecinos del número 29 de la calle San Nicolás, colindante con el edificio siniestrado, vivieron momentos de auténtico pánico. No solo por el fuego, sino porque al intentar huir descubrieron que la puerta estaba atrancada. Algunos, como Rubén y Cristina, tuvieron que escapar por la ventana, descendiendo por andamios como si se tratara de una escena de película… solo que aquí no había efectos especiales, solo el miedo real a morir calcinado.
Ante esta situación, muchos se preguntan: ¿es tan difícil comprar extintor y tenerlo accesible en un edificio vulnerable? La respuesta, dolorosamente obvia, es que no. En plataformas especializadas, o incluso en ferreterías bien surtidas, se puede adquirir un extintor de CO2 o uno de espuma, eficaces para este tipo de emergencias. El problema, claro, es que cuando la precariedad manda, la prevención suele ser un lujo.
Descontrol institucional y el riesgo ignorado
Este incendio no fue un rayo en cielo despejado. Era algo que se veía venir. Los vecinos lo advertían desde hace años: trapicheos, okupaciones, un edificio con denuncias acumuladas como capas de polvo en un archivo municipal olvidado. Ya hubo un conato de incendio en noviembre de 2024, y en vez de actuar, las autoridades optaron por el «ya veremos».
Ahora, frente al edificio calcinado, la alcaldesa y sus asesores posan para la prensa. Prometen realojos, explican que los servicios sociales se activaron «desde el primer minuto». Pero la realidad, esa que no cabe en una nota de prensa, es que muchas personas pasaron la noche a la intemperie con sus pertenencias en bolsas de plástico y la vida colgando de una promesa burocrática.
Vivir en la cuerda floja: relatos que queman
Lo más desgarrador de este incendio no es el humo ni las cenizas. Es la certeza de que quienes vivían allí no lo hacían por elección, sino por falta de alternativas. Cristina, joven gitana y madre sin recursos, lo explicó con una lucidez brutal: «¿Crees que estamos aquí porque queremos? Nadie alquila a personas como nosotros. ¿Dónde vamos a vivir si no?».
La precariedad no solo arde con facilidad, también explota con fuerza. Esta tragedia muestra que los edificios sin mantenimiento, sin vigilancia, sin respeto por las mínimas condiciones de seguridad, son bombas de relojería urbanas. ¿Cuántos más tendrán que arder para que se actúe con la celeridad debida?
Las llamas no distinguen entre propietarios ni okupas
El fuego es ciego. Quema la historia de quien paga su hipoteca igual que la de quien duerme en un colchón reciclado. Tamara, violinista y propietaria de un piso en el edificio contiguo, tuvo que abandonar su vivienda a toda prisa. Ella tuvo suerte: puede quedarse con sus padres. Pero otros no. Otros están ahora mismo en la calle, sin más techo que el cielo nublado de A Coruña.
Y aquí entra otra cuestión que no puede ignorarse: ¿qué pasa con la responsabilidad civil? ¿Quién responde ante los vecinos que no tenían relación con el edificio okupado? ¿Y ante quienes sí vivían allí de forma precaria pero legal? La justicia tendrá que pronunciarse, pero lo urgente ahora es garantizar la seguridad, prevenir nuevos incendios y evitar que la ciudad siga tolerando bombas urbanas sin desactivar.
El negocio de la prevención: una inversión que salva vidas
Esta tragedia ha dejado al descubierto lo que tantos ignoran: los extintores no son un adorno, ni un gasto innecesario. Son un salvavidas. Tener un extintor a mano puede marcar la diferencia entre una anécdota y una catástrofe. Los expertos recomiendan tener al menos un extintor por planta en cada inmueble, bien señalizado y con revisiones periódicas.
|| “La Tragedia que Podría Haberse Evitado: Reflexiones sobre Seguridad y Prevención de Incendios”
En Profire, por ejemplo, ofrecen asesoramiento para elegir el modelo adecuado según el tipo de inmueble: extintores de polvo ABC, extintores de CO2 para instalaciones eléctricas, o incluso extintores automáticos para cocinas industriales, que se activan solos al detectar altas temperaturas. La pregunta no debería ser si merece la pena comprar uno, sino por qué no lo tienes ya.
Entre las cenizas y la responsabilidad
El incendio de la calle Barrera no es solo una noticia de sucesos. Es una advertencia. Es una llamada urgente a la acción. La falta de mantenimiento, la inacción institucional y la marginación social forman un cóctel que, cuando se enciende, no hay bombero que lo apague a tiempo.
Si queremos evitar que estas escenas se repitan, hace falta valentía política, inversión en prevención y una sociedad que entienda que la seguridad es un derecho, no un privilegio. Que comprar extintor no es un gesto simbólico, sino un acto de responsabilidad ciudadana.
Y sobre todo, hace falta memoria. Porque olvidar lo ocurrido en la calle Barrera es permitir que ocurra en otra calle, en otra ciudad, en otra noche sin luna.


