Centros comerciales: la guerra silenciosa contra el fuego

Centros comerciales: la guerra silenciosa contra el fuego.

Cuando la seguridad contra incendios no admite excusas

En este país de luces brillantes y centros comerciales colosales, donde las familias se refugian del tedio y la lluvia los fines de semana, hay un enemigo que no hace ruido pero acecha: el fuego. Y no se trata de una metáfora para adornar titulares. Es literal, es letal y es urgente. Los centros comerciales no son simples galerías de tiendas: son ciudades en miniatura, con cientos —a veces miles— de personas que dependen de que, en caso de emergencia, alguien haya hecho bien los deberes.

Nos ponemos muy estupendos con el mármol italiano del suelo, con las fuentes musicales en las plazas interiores, con los techos acristalados que parecen sacados de una postal de Dubái. Pero, ¿y las medidas contra incendios? ¿Y los sistemas que deben proteger a nuestros hijos cuando algo va mal? Porque, a ver, entre boutiques de lujo, patios de comida y cines con sonido envolvente, también hay cocinas industriales, cableado eléctrico y almacenes llenos de cartón. Un cóctel perfecto para que el desastre se desate sin pedir permiso.

Más allá de los rociadores: seguridad con todas las letras

Aquí no basta con rociadores automáticos. Claro que ayudan, y mucho. Pero un centro comercial que se precie de moderno, funcional y seguro debe ir más allá del paripé. Hablamos de rutas de evacuación perfectamente señalizadas, de planes de emergencia bien ensayados, y de un sistema integral que incluya detección temprana de humo, compartimentación de espacios y control de temperatura.

Pero, sobre todo, hablamos de infraestructura. Esa que no se ve, pero que marca la diferencia entre una evacuación ordenada o un caos de gritos y carreras. Aquí entran en juego, por ejemplo, las bocas de incendio equipadas, más conocidas en el argot técnico como BIEs. Esas mangueras enrolladas, disimuladas en sus armarios metálicos, que muchos confunden con decoración hasta que la alarma suena.

Las bocas de incendio equipadas no son un lujo, son un requisito. Y lo son por una razón sencilla: permiten atacar el fuego en su fase inicial, antes de que se convierta en un monstruo incontrolable. Lo ideal sería no tener que usarlas nunca, claro. Pero más ideal aún es que, llegado el momento, estén ahí, funcionando, con presión adecuada y acceso despejado. Nada de cajas bloqueadas con carritos de limpieza o escondidas tras montañas de cartón.

Las BIE incendios: guardianas silenciosas

Más allá de su presencia simbólica en cada planta de los grandes recintos, las BIE incendios representan la primera línea de respuesta mientras llegan los bomberos. Porque cuando las llamas surgen —y créanme, surgen— los segundos cuentan. Y contar con estos equipos no solo es recomendable: es obligatorio por normativa.

Una bie incendios bien mantenida puede marcar la diferencia entre una anécdota y una tragedia. Pero no basta con instalarla: hay que revisarla, mantenerla operativa, y sobre todo formar al personal del centro comercial para usarla con solvencia. Porque de poco sirve tener el arnés si nadie sabe trepar.

Y ya que hablamos de responsabilidad, no olvidemos a los administradores de estos colosos del ocio. Ellos deben garantizar, sin excusas, que todas las medidas de protección estén activas, certificadas y auditadas periódicamente. El papel lo aguanta todo, pero el fuego no lee protocolos.

Cuando el incendio estalla, no hay margen para el error

No hablamos de si pasará, sino de cuándo. Porque, como decía aquel jefe de bomberos en voz baja, “todo lo que puede arder, arderá”. Y en un espacio de consumo masivo como un centro comercial, un incendio es más que un problema técnico: es una crisis humana.

Imaginemos un sábado por la tarde. Aforo completo. Niños correteando, carros de la compra, colas en el cine. Si el sistema de evacuación no es claro, si las salidas están bloqueadas, si los altavoces no funcionan, el pánico es cuestión de segundos. Y entonces sí, ya no hay protocolo que valga.

Por eso, la clave está en la prevención exhaustiva. En pensar como si el fuego fuera a presentarse cada día, en cada esquina. En que cada trabajador sepa qué hacer, a dónde ir, cómo actuar. En que las BIEs no estén ahí solo para cumplir expediente, sino como instrumentos útiles, visibles y eficaces.

La normativa está para cumplirse, no para enmarcarse

La legislación española, en esto, es clara. Muy clara. Exige sistemas de rociadores, detección de humo, extracción de gases y control de temperatura. Exige señalización luminosa de rutas de evacuación, planos de emergencia y, por supuesto, mantenimiento constante de todo ello. Pero aún así, no faltan quienes maquillan auditorías, rellenan formularios con prisas y confían en que “eso no nos pasará a nosotros”.

Error. Craso error. Porque el fuego no pregunta. Llega, devora y destruye. Lo único que podemos hacer es impedir que tenga vía libre.

Y en esa tarea, no hay inversión pequeña. El dinero gastado en prevención es siempre más barato que la factura de una catástrofe. Lo saben los seguros, lo saben los bomberos, y lo sabemos todos los que alguna vez hemos visto arder un almacén como si fuera papel de fumar.

No hay espectáculo sin seguridad

Seamos serios. Un centro comercial moderno no puede considerarse tal si no cuenta con un plan contra incendios a la altura de su ambición arquitectónica. De nada sirve tener la pantalla LED más grande del continente si no hay un sistema de detección de fuego en cada rincón.

Porque sí, esto va de estética y de funcionalidad. Pero va, sobre todo, de vidas humanas. Y en ese terreno, no se negocia.

Así que, la próxima vez que camine usted por uno de estos templos del consumo, mire a su alrededor. Busque las salidas. Observe si hay extintores visibles. Localice las bocas de incendio equipadas. Si no las ve, pregunte. Si están obstruidas, reclame. Porque la seguridad no es un favor: es un derecho. Y exigirla es también parte del contrato que firmamos al cruzar sus puertas.

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