La cocina hospitalaria de Vigo: cuando lo indigno se sirve en bandeja.
La cocina es el corazón de cualquier institución que se precie. Y si hablamos de un hospital, donde los cuerpos debilitados piden ayuda a gritos, la cocina se convierte en algo más que un simple departamento: es una promesa de cuidado, de respeto, de humanidad. Pero en los hospitales públicos de Vigo —sí, esos tres que usted conoce: Álvaro Cunqueiro, Meixoeiro y Nicolás Peña—, lo que se cocina no es precisamente bienestar.
Lo que se cocina, según el personal, es una chapuza diaria, un insulto a la higiene y un atentado contra la dignidad del paciente. Así de crudo.
Una sanidad que se sirve recalentada
El personal de cocina ya no aguanta más. Entre fiambreras descongeladas a la carrera, suelos pegajosos como una feria y hornos que hacen más ruido que calor, los trabajadores han dicho basta. Lo que denuncian no es un mal día: es un sistema entero que se ha oxidado como una olla vieja olvidada en el fuego.
Las instalaciones están lejos de ser dignas. Lo dicen quienes trabajan allí, quienes tienen que preparar cientos de raciones diarias en un entorno que parece más sacado de una novela de posguerra que de una cocina moderna. Y en este escenario, tan impropio como real, falta lo básico.
Las mesas de acero inoxidable, por ejemplo. Elemento esencial, casi sagrado, en cualquier cocina profesional. No hay superficie más segura, más higiénica, más resistente. Pero en estas cocinas, esas mesas son escasas, inestables o, directamente, están para el arrastre. ¿Cómo se pretende preparar un menú con garantías si ni siquiera se puede trabajar con orden y limpieza sobre una superficie adecuada?
Entre bandejas sucias y una mesa de trabajo inoxidable ausente
Una cocina sin una buena mesa de trabajo inoxidable es como un quirófano sin bisturí. Y sin embargo, en los hospitales de Vigo, los trabajadores tienen que apañarse como pueden, usando lo que hay, estirando trapos, improvisando soluciones. Lo urgente aplasta a lo necesario, y lo necesario queda relegado a la queja de pasillo.
La dirección sanitaria mira para otro lado. La empresa que gestiona los servicios, también. Y los usuarios —los pacientes— son los que pagan el precio más alto: comidas sin sabor, sin nutrientes, sin el más mínimo cuidado por la presentación ni la calidad. A veces frías, otras pasadas, muchas, simplemente indignas.
Blog de hostelería
Basta leer este blog de hosteleria medianamente informado para saber que la clave de una cocina industrial no está en cuántas raciones produce, sino en cómo se produce cada una. Desde la trazabilidad de los alimentos hasta la limpieza de las superficies, desde el mantenimiento del equipamiento hasta la formación del personal. Pero claro, eso sería pedir profesionalidad.
Y aquí, en las cocinas de estos hospitales, la profesionalidad se ve lastrada por la precariedad. Porque una cocina que no invierte en condiciones óptimas de trabajo está condenando no solo al trabajador, sino al paciente.
Una cadena alimentaria que se descompone desde el origen
No hablamos de caprichos. Hablamos de limpieza. De seguridad alimentaria. De respeto. Hablamos de cámaras frigoríficas con temperaturas fluctuantes, de utensilios en mal estado, de grasas incrustadas en campanas extractoras que no han visto una revisión técnica desde tiempos inmemoriales. Hablamos de bandejas que salen sucias, de carros que chirrían, de olores que no deberían estar ahí.
Y, sobre todo, hablamos de una falta absoluta de seguimiento y control. La empresa concesionaria hace su trabajo como quien cumple una condena. Y la administración se limita a pasar la escoba cuando el escándalo ya ha salido en los medios.
Comer en un hospital debería ser sinónimo de cuidado, no de resignación
Si uno está enfermo, lo mínimo que merece es una alimentación adecuada, segura y humana. Y sin embargo, lo que se describe en estos centros hospitalarios es lo contrario: un modelo de servicio despersonalizado, industrializado al extremo, donde lo que importa es que salga el número, no que la comida nutra, reconforte o alivie.
El personal, que no es ajeno a esta tragedia, intenta poner voluntad donde falta todo lo demás. Pero la voluntad, aunque noble, no puede sustituir una infraestructura digna ni unos recursos adecuados. Y eso, en cocina, se traduce en platos mal ejecutados, en condiciones insalubres y, lo peor, en un desprecio absoluto al sentido mismo de la sanidad pública.
La dignidad empieza por la cocina
Una sanidad sin cocina digna es como un hospital sin médicos. La alimentación no es un extra: es parte integral del tratamiento. No hay excusas. No hay presupuestos que justifiquen la negligencia. Y si no se actúa ya, lo que hoy es una denuncia del personal, mañana será una intoxicación, un escándalo, una tragedia.
Los responsables deben reaccionar. Deben abandonar los despachos, subir las mangas, mirar la grasa acumulada en las paredes, escuchar a quienes cada día preparan el desayuno de los pacientes con herramientas del siglo pasado.
Porque la higiene, el orden y la calidad no son lujos en una cocina hospitalaria: son una obligación moral.

