No maquilles la tragedia: protege tu edificio como es debido
Basta de rodeos, metáforas vacías y excusas baratas
En este país nuestro, donde todavía hay quienes piensan que el fuego es cosa de otros, resulta necesario —urgente, diría yo— dejar de lado el discurso decorativo. No es “en el mundo de la prevención” ni “en el contexto de la seguridad pasiva”: es aquí, ahora, en su edificio, en su escalera, en su cuarto de contadores.
Nos sobran retóricas huecas y nos falta acción. La seguridad contra incendios no se redacta en prosa académica ni se decide con un power point en una junta de vecinos. Se construye con decisiones firmes, materiales fiables y conocimientos útiles. Y, sobre todo, con respeto por la vida de quienes habitan esos bloques de hormigón mal mantenidos.
Lo primero: conocer los riesgos sin paños calientes
Los edificios envejecen. Las instalaciones se fatigan. Las normas cambian. Y mientras tanto, miles de comunidades siguen sin revisar sus sistemas de seguridad contra incendios porque “nunca ha pasado nada”. El problema es que cuando pase, ya no hay tiempo para corregir nada.
Lo primero que debe hacer cualquier comunidad es un diagnóstico serio. ¿Tiene detectores de humo operativos? ¿Hay salidas de emergencia señalizadas? ¿Existen puertas cortafuegos? ¿Los extintores están vigentes y bien ubicados?
En este punto, no podemos callarnos más: los extintores ABC son el recurso más básico y efectivo para contener los primeros segundos de un fuego. Pero solo si están en condiciones. Solo si se conocen. Solo si se sabe usarlos.
Extintores: lo mínimo indispensable para empezar a protegerse
Es obligatorio hablar de lo esencial. Los extintores ABC no son decorativos. Son herramientas de primera línea ante cualquier conato. Capaces de apagar fuegos originados en papel, madera, líquidos inflamables o equipos eléctricos. Lo que se dice, una cobertura multiclase que no puede faltar en ningún edificio.
El problema no es que no existan. El problema es que, en demasiados casos, nadie sabe si están caducados, si se han revisado, si se han usado alguna vez. Y lo peor: mucha gente ni siquiera sabe distinguir un extintor ABC de uno de CO2 o de espuma.
Por eso, quien administre una comunidad, debe tener muy claro que no basta con cumplir por cumplir. Hay que ir un paso más allá. Y ese paso se llama, con todas las letras: comprar extintores ABC certificados y mantenidos.
Comprar extintores: decisión que no admite demoras
La cuestión ya no es si conviene o no, comprar extintores ABC es tan básico como tener cerradura en la puerta. Es una decisión que no admite aplazamientos. Que no debería esperar al presupuesto del año que viene ni a la votación en junta.
Hablamos de precios accesibles, de distribuidores homologados, de productos fiables. No se trata de una inversión millonaria, sino de asumir una responsabilidad directa sobre la seguridad colectiva.
Los extintores deben estar señalizados, ubicados a la altura adecuada, con sus instrucciones visibles, y revisados periódicamente. No es complicado, pero sí exige compromiso. El mismo compromiso que se exige para limpiar la escalera o pagar la luz del portal. Con la diferencia de que aquí, nos jugamos la vida.
El incendio no avisa. No espera. No perdona
A este punto —el 40% del asunto—, aparece la palabra que muchos evitan pronunciar, pero que es el centro de todo: incendio.
No hay nada más rápido, más destructivo, más caótico. En minutos, una chispa se convierte en una lengua de fuego que arrasa muebles, cables, paredes, techos… y vidas. Por eso, todo lo que se haga antes vale oro. Todo lo que se postergue después, no sirve.
El fuego no espera a que los vecinos salgan del grupo de WhatsApp para decidir qué hacer. No pregunta si la puerta cortafuegos estaba abierta por calor. No le interesa si el extintor lleva cinco años sin revisar.
Actúa, se expande, mata. Y por eso, la única forma de hacerle frente es con prevención bien aplicada. Con equipos adecuados y operativos. Con personal formado. Con rutas de evacuación despejadas.
Cultura de la prevención: ni teórica ni simbólica
No basta con instalar sistemas. Hay que saber usarlos. La gran mayoría de personas no sabe ni cómo desenroscar un extintor, ni qué hacer si hay humo en la escalera. Y eso, en una emergencia, es la diferencia entre control y catástrofe.
Formar a los vecinos, hacer simulacros, contar con un protocolo claro de evacuación… todo eso suena a burocracia hasta que llega el fuego. Entonces, cada segundo cuenta. Y quien no esté preparado, es víctima.
Las comunidades deben asumir su parte. Los administradores también. Y, sí, el Estado debería inspeccionar más y sancionar mejor. Pero la primera línea de defensa no está en un despacho, está en el descansillo de su casa.
Menos literatura, más acción inmediata
Todo lo que no se actúe hoy, es un riesgo mañana. Es el cuadro eléctrico sin revisar. Es la caldera antigua. Es el trastero lleno de papeles y madera. Es la puerta cortafuegos que no cierra. Es el extintor ABC que nunca se compró.
Por eso, abandonemos las fórmulas que adornan la inacción. No digamos más eso de “en el contexto de los planes de protección” o “en el mundo de la seguridad pasiva”. Digamos: hay que comprar extintores, hay que instalar detectores, hay que formar a la gente. Punto.
Lo que protege no es el lenguaje, es la acción
Se puede escribir mucho. Se puede hablar más. Pero si al final no se compra lo que hay que comprar, no se revisa lo que hay que revisar, y no se entrena a quien debe estar preparado, el resto es humo.
Y el humo, amigo mío, mata antes que las llamas.

