Oviedo y las bocas de incendio: el silencio que quema.
La desidia disfrazada de burocracia
Oviedo, esa ciudad de esquinas elegantes y adoquines que repiquetean historia, arrastra una deuda con su propia seguridad. No es una deuda económica, aunque dinero hay por medio. Es una deuda con el sentido común, con la responsabilidad y con la memoria. Porque cuando se habla de incendios en esta ciudad, hay un nombre que se repite con respeto, rabia contenida y dolor: Eloy Palacio.
Murió en servicio, en un fuego que desnudó la realidad que muchos conocían pero que pocos se atrevieron a poner sobre la mesa: una red de protección contra incendios tan mermada como silenciada.
Hay cosas de las que no se habla en el Ayuntamiento. Una de ellas es la obligación, tan clara como ignorada, de que haya una boca de incendios equipada, revisada y mantenida cada 200 metros. Una norma básica. Elemental. Lógica. Pero ni la lógica ni la decencia parecen haberse paseado últimamente por ciertos despachos municipales.
Una sola boca de incendio… y bajo cemento
El incendio de 2016 en Uría sirvió de despertador para quien aún dormía con la ilusión de que Oviedo estaba preparada. Pero no lo estaba. En la principal arteria comercial de la ciudad solo había una boca de incendio. Y estaba enterrada bajo una losa de hormigón.
No es metáfora. Es literal. Una boca que debería estar visible, accesible y lista, sellada bajo el pavimento como si fuera un secreto vergonzoso. Eloy murió allí. Y con él murió la excusa de que todo funcionaba.
La guerra del contrato: Ayuntamiento y Aqualia, cada uno por su lado
Durante cuatro años, en lugar de reaccionar con celeridad, se optó por lo más cómodo: pasarse la pelota. El Ayuntamiento miraba a Aqualia. Aqualia, al Ayuntamiento. Y en medio, los ciudadanos y los bomberos, sin saber si las bocas estaban operativas o no.
El contrato, decía Aqualia, no les obligaba a revisar ni mantener las bocas de riego ni los hidrantes. El Ayuntamiento callaba. Y mientras tanto, cada día que pasaba era una oportunidad más para que otro desastre ocurriera.
Bocas de incendios equipadas: una herramienta vital abandonada
Llegamos al punto en que hablar de bocas de incendios equipadas ya no es una cuestión técnica: es una cuestión de responsabilidad. No basta con tenerlas. Hay que saber dónde están, si están señalizadas, si la presión del agua es la adecuada, si no están obstruidas, si no se las ha tragado el suelo urbano como ocurrió en Uría.
En una ciudad moderna, funcional, que se precie de mirar por sus vecinos, estos sistemas no deberían depender de interpretaciones contractuales. Deberían estar operativos por sentido común.
BIE incendios: otra pieza olvidada en la seguridad contra el fuego
Si hablamos de sistemas de seguridad, no se puede dejar fuera a las bie incendios. Las Bocas de Incendio Equipadas, esas que encontramos en interiores de edificios públicos, centros comerciales o parkings, son la primera línea de defensa ante cualquier fuego.
Su mantenimiento debería ser escrupuloso. Su revisión, periódica. Su acceso, claro. Pero en Oviedo, mientras se discutía sobre a quién le tocaba limpiar, revisar y comprobar, muchas de esas instalaciones simplemente quedaron al margen del interés municipal.
El incendio de 2017: una herida abierta
Y como el destino no perdona la dejadez, en la Navidad de 2017 otro incendio volvió a poner los puntos sobre las íes. Esta vez en Melquíades Álvarez, a escasos metros del lugar donde Eloy perdió la vida.
Los bomberos hablaron claro: falta de agua, bocas en mal estado, ausencia de hidrantes operativos. Aqualia, rápida como el rayo para esquivar responsabilidades, contestó que sí había hidrantes cercanos, tres en Nueve de Mayo y dos en Palacio Valdés. Pero omitió algo esencial: ¿a qué distancia real del foco? ¿Estaban accesibles? ¿Funcionaban?
Y lo más importante: ¿quién tenía que haberlos revisado?
El reconocimiento llega tarde, pero llega
Tres años después, Aqualia no tuvo más remedio que admitir lo que ya todos sabían: sí era su responsabilidad. Y entonces comenzó la revisión, la señalización, las tareas que debieron haberse hecho desde el primer día.
Pero no solo eso. También reconoció, como quien confiesa algo que pesa en la conciencia, que durante años había estado facturando cerca de medio millón de euros al Ayuntamiento por trabajos que no se hacían. Ni más ni menos. Medio millón por nada.
Una cifra que escuece. Y que ofende.
Un sistema que necesita más que pintura y mapas
No basta con sacar los pinceles, pintar de rojo unas tapas y colgar mapas con puntos azules señalando hidrantes. Hay que garantizar que funcionan. Que si mañana se declara un fuego, el primer bombero que llegue sepa que tiene lo que necesita a menos de 200 metros, no a media ciudad.
Porque hablamos de vidas. No de trámites. No de licitaciones. De vidas.
Y si algo ha demostrado todo este embrollo es que cuando las prioridades no están claras, el humo lo tapa todo. Hasta que es demasiado tarde.

